
Somos animales y nos olvidamos de ello con una facilidad preocupante.
Sabemos que la gran diferencia que hay entre otras especies hermanas es que hablamos, es decir, utilizamos construcciones de sonidos que a lo largo de milenios hemos convertido en lenguaje y vehículo de comunicación. Además, con nuestra habilidad innata de complicar las cosas, depende de qué lugar del planeta venimos, éstas construcciones y sonidos varían enormemente. Nuestra propia evolución como especie animal nos ha traído hasta este punto. Pero, ¿por qué le damos tantísima importancia a nuestro lenguaje hablado y tan poco al lenguaje universal que nos une con nuestros hermanos los animales: el corporal? ¿Existe alguna escuela que enseñe el lenguaje corporal como parte de su currículo académico?
Te has preguntado alguna vez si el ladrido de un perro en Kenia significa lo mismo para un perro en Mongólia o el relincho de un caballo en Inglaterra es lo mismo para un Caballo en Bolivia? Evidentemente que si lo es, y eso es lo fascinante.
Los animales domésticos aprenden 'idiomas', es decir, aprenden palabras, o más bien dicho: sonidos. Pero lo primero que aprenden es el lenguaje no-verbal, y este lenguaje no-verbal es universal porque va directamente unido a las emociones; es una respuesta corpórea ante una emoción. Pero también se comunican por imágenes.
Hace unos días, un día antes de un taller de Constelaciones Familiares con Caballos, observé que Wendy (yegua) y dominante sobre la mayoría de los demás miembros de mi pequeña manada de 6 caballos, cojeaba más de lo normal. Wendy sufre de naviculares en ambas manos, por lo tanto siempre cojea. Era ya a última hora de la tarde y observé que tenía una pequeña rojez en el pie derecho a la altura de la corona. A la mañana siguiente les di el desayuno más temprano para que tuvieran tiempo de comer antes de comenzar el taller. La verdad es que entre los preparativos del taller y las prisas no me paré a observarla con detenimiento. Vi que todavía cojeaba pero no vi nada destacablemente anormal.
Comenzamos la actividad con los clientes y Wendy me miraba mucho. La sentía de otra manera y mi cuerpo reaccionaba con esta sensación. Wendy, es Wendy. Es una yegua torda muy grande, con una presencia que impone. No es de las que ande buscando cariño. Muchas veces lo rechaza explícitamente, sin embargo, cuando lo recibe de buenas, nadie más de la manada se puede acercar. Lo mismo pasa cuando come. Jamás comparte. Sentí que Wendy me estaba buscando y estuve atenta. Me venía una imagen a la cabeza de ella comiendo de un montón de avena en el bosque y otro caballo acercándose por detrás. Ella daba una coz de aviso y se daba contra un tronco en el pie. Wendy cada vez estaba más coja y sabía que era por un absceso. Se acostó a mi lado y comenzó a morderse el pie derecho. Todo el lenguaje corporal de Wendy era muy diferente a la habitual. Yo estaba en medio de un taller, y aproveché un descanso para llevarme a Wendy y llamar al veterinario.
Para llegar a las cuadras hay dos caminos: el corto que es el que uso yo y el largo que es el de los caballos. Una vez en las cuadras utilicé el 'silbido de caballos' para que ella subiera. Habían dos caballos más en el campo que no estaban trabajando en el taller, y que también podían atender al silbido. Pero este silbido estaba solo destinado para Wendy y le invité con mi cuerpo y mi intención a que subiera a las cuadras para que estuviera mejor. Mi intención hacia ella era solamente esa: que estuviera en lugar cerrado para su propia comodidad. Al cabo de unos segundos Wendy comenzó su ruta hacia las cuadras mientras los otros dos caballos permanecieron quietos en el campo.
No me las voy a dar de comunicadora de animales ni nada semejante, pero ese día sabía que ella y yo nos estábamos comunicando más allá de lo habitual y cotidiano. Hay momentos en que se abre un canal de comunicación profunda y la posibilidad de esa vía abierta radica en nuestra propia escucha y capacidad de percepción. Cuando a Miguelito, caballo de mi padre que pasó sus últimos años conmigo después de la muerte de mi padre, le pedí que se acostara para que la veterinaria le administrara la inyección pre-eutanasia y así evitar su caída, (que puede ser muy violenta), él se acostó y pudimos compartir su transición en armonía y paz.
Somos animales y nos podemos comunicar entre especies. Para ello, hay que quererlo y hay que apartarse del romanticismo que suele envolver las relaciones entre especies y realizar nosotros el trabajo para poder conseguir esa comunicación. Nuestro cuerpo es un informador que no nos miente. Las sensaciones que experimentamos, las que nos son familiares, las que nos cogen por sorpresa, son indicadores potentes que nos avisan en respuesta a emociones sobre nuestro entorno y de cómo reaccionamos. Esta información nos brinda una sabiduría ancestral que está relacionada con nuestra esencia animal. El romanticismo no posibilita un acercamiento y está peligrosamente cargado de ego, pero este tema es otro post!