Los Caballos que trabajan con nosotros en especialidades de acompañamiento: coaching, educación, aprendizaje, etc., u otras especialidades como la psicoterapia y tantas otras ofertas que surgen últimamente, se merecen una mención y atención especial.
Es magnífico observar que hay un despertar de conciencia colectiva que aumenta de año en año en el campo del crecimiento personal. Mi trabajo me pone en contacto con mucha gente de países y culturas diferentes; veo este despertar constantemente y su crecimiento es exponencial. Se incorporan a los Caballos en todo tipo de actividades para el beneficio de los humanos y su crecimiento personal.
Sin duda, en el siglo XXI, los Caballos están disfrutando de un lugar entre humanos que antes no tuvieron. Nos encontramos muchas referencias nombrándolos 'maestros', 'coaches', 'sanadores', etc. Vemos en las redes como crece la oferta y la demanda para incluir a Caballos en un sin fin de especialidades y actividades que brindan múltiples beneficios al humano en su desarrollo personal, laboral, crecimiento, mejora y bienestar. Sin embargo, en ocasiones con algunas propuestas, me surge una sensación que proviene de la tripa; algo no me encaja. Tengo la sensación de que a veces no se tienen en cuenta las repercusiones. Veo ofertas en las que pienso ¿es necesario involucrar a los Caballos en todos nuestros temas profundos, problemas, bloqueos, malestares, tristezas?
Hablando sin pelos en lengua, ¿es imprescindible hacerles partícipes de nuestra mierda siempre…?
Desde la mas absoluta sinceridad y respeto hacia los Caballos con los que trabajamos, ¿se tiene en cuenta si se cargan demasiado?
¿Observamos a los Caballos lo suficiente, con la curiosidad y conocimientos necesarios sobre el comportamiento equino, para poder detectar los indicios de que les hemos sometido a demasiado estrés?
Si nos damos cuenta, ¿qué hacemos al respecto para aliviarles?
¿Les consideramos como de igual a igual; nuestros compañeros de equipo y vida, o decimos que les utilizamos para ésta u otra actividad?
Los Caballos no están aquí para satisfacer nuestro ego: responden a él.
No están para resolver todos nuestros problemas: responden a cómo nos relacionamos con ellos y la carga que nos suponen.
No están para ser los portadores de nuestras cargas emocionales: responden a nuestras emociones.
No están para curar nuestras adicciones: responden al estado de incongruencia que conlleva una adicción.
No están para curar nuestras depresiones: responden a ellas.
No están para resolver temas familiares que se arrastran desde generaciones: responden a la red energética que se teje cuando se tratan estos temas y a la propia carga generacional.
No están para sanarnos: reaccionan a los estados emocionales y a los cambios de estos.
Los Caballos responden a nuestras emociones, a nuestros estados de ánimo, a lo que pensamos cuando estamos con ellos y a quienes somos. El ojo del Caballo nos atraviesa llegando al núcleo de nuestro ser. No nos podemos esconder de la mirada de un Caballo. No saben vernos de otra manera que no sea quienes somos auténticamente; con nuestra luz y sombra.
Sólo hay una manera de ver su comportamiento después de su intervención en cualquiera de las especialidades en las que les incorporamos: convivir con ellos, puerta con puerta, día tras día, año tras año. El Caballo vive a Tiempo Caballo, sus reacciones a veces no son inmediatas, a veces no son extraordinariamente perceptibles. Si es una manada, ésta se debe conocer en profundidad para poder detectar cambios y comportamientos que nos avisan de la carga que haya podido suponer una sesión, intervención, taller, formación, etc.
Hay trabajos que son demasiado densos para que los Caballos los puedan gestionar. Hay Caballos y Caballos; no todos son iguales. Los hay demasiado sensibles o jóvenes. Los hay que no soportan la incongruencia humana porque no la entienden y les incomoda hasta el punto de sentir que tienen que huir o defenderse.
Hay situaciones en sesiones que producen una tensión mayor al la que un Caballo puede gestionar o manejar. En el mejor de los casos, lo normal es que el Caballo quiera irse de la pista en la que está trabajando, o se desplace lo más lejos posible. En el peor de los casos el Caballo responderá con toda claridad: agresivamente, buscando la huida a la situación a toda costa, actuando de forma violenta con los demás Caballos presentes o, por ejemplo, poniendo en peligro a los humanos que están allí. Personalmente he podido vivir muchas y muy diversas reacciones y respuestas.
Mi preocupación me llevó a consultar este tema con dos grandes comunicadoras de animales de renombre internacional, una española y la otra británica. Ambas concidieron en que hay emciones humanas que a los Caballos les pesan demasiado y hay actividades en las que no deberían estar.
Llevo unas 4000 horas de sesiones a mis espaldas con los Caballos de casa y otros lugares del mundo. Convivo con la manada desde hace más de 25 años, son mi familia; once caballos, hasta ahora, han formado parte de ella; unos ya no están, otros se incorporaron, pero es la misma manda y los conozco: cada una de sus expresiones, protocolos, hábitos y conductas. Les he observado y les observo a diario, cuando mi trabajo no me obliga a estar lejos de casa.
No todas las especialidades son iguales, y no todas necesariamente producen situaciones en las que el humano se quiebra o el tema es particularmente complicado. La cuestión es que si ocurre, ¿qué se hace después para aliviar al Caballo? o ¿cuánta observación y conocimientos tiene el facilitador sobre su compañero de trabajo equino para saber detectar cuándo algo no va bien?
Dejé de hacer ciertas actividades con los Caballos, entre ellas constelaciones, porque algunas sesiones eran francamente demasiado densas. El comportamiento de mis Caballos no era el mismo los días después. No estaban bien y fui testigo de ver situaciones feas, por ejemplo cómo se atacaban violentamente entre ellos durante una sesión en la cual se trabajó un tema de asesinatos múltiples en la Guerra Civil española. Durante días después toda la manada estaba apática: comieron menos, no hubieron juegos y su conducta habitual varió. Había una quietud y silencio anormales. Evidentemente hubieron sesiones las que la persona que constelaba sacaba un tema light, pero hubieron otras que no. Al no poder controlar qué temas saldrían para ser consteladas, preferí no arriesgar el bienestar de mis Caballos. En mi blog escribí sobre este tema hace 4 años.
Durante una certificación, en las jornadas de puertas abiertas, también ocurrió algo anormal. Estas jornadas se hacen para convidar a personas ajenas a la certificación a que hagan de “clientes” de nuestros alumnos para poder practicar sesiones de Coaching con Caballos. Se apuntó una persona que arrastraba algún tema muy oscuro que no permitimos se trabajara en la sesión ya que no era competencia para coaching. Así y todo, trabajando otro tema, la oscuridad de esta persona pesó durante la sesión. Habían dos caballos en pista: Ilun, entonces un potro pottoka de dos años y Trysor, un poni Shetland de 12 años. Antes de finalizar la sesión ambos, literalmente, se derrumbaron al suelo y permanecieron inmóviles durante tiempo. Nos preocupamos bastante. Mi socio Sergio y yo comprendimos que hubo demasiada carga emocional para ellos y estuvimos vigilantes el resto del día. Obviamente no volvieron a trabajar hasta que vimos que estaban totalmente recuperados.
Cuando se da una sesión particularmente compleja estoy muy atenta al comportamiento de los Caballos. Igualmente estoy atenta a la energía del cliente y su estado de congruencia. Jamás obligo a mis compañeros a permanecer en la pista si quieren salir. Utilizo esa necesidad del Caballo para trabajarlo con mi cliente y abro la puerta para que se vaya el que quiera. Es más, cuando viene un cliente y caminamos hacia la pista solamente participa el/los Caballos que se apuntan voluntariamente. Nunca les obligo a entrar en pista si no quieren; el que viene es porque quiere y algo tendrá que decir, el que no viene es porque en ese momento no le interesa. De esta manera me aseguro de estar trabajando con el compañero que quiere estar en la sesión.
Un Caballo nos puede mostrar lo mejor y lo peor de nosotros mismos por las respuestas que tiene cuando estamos con él. En ambos casos siempre es una bendición; un regalo que nos brinda. El Caballo es generoso con el humano por naturaleza, esta generosidad debería ser bidireccional. Nos sentimos bien con solo estar cerca de un Caballo porque su frecuencia cardíaca es coherente, con un patrón suave, y el nuestro llega a sincronizarse con la suya, proporcionándonos bienestar. Este bienestar va desde reducir el estrés, mejorar la degeneración articular hasta el aumento de niveles de DHEA (dehidroepiandrosterona: una hormona esteroide que las glándulas suprarrenales producen de forma natural. Conocido popularmente como la hormona de la juventud).
Si estamos en una era de despertar, también podemos despertar en la conciencia de estar más atentos a si realmente es necesaria e imprescindible la colaboración de los Caballos en tantas especialidades en las que se les incluyen. Podemos estar más atentos a cómo están después, observando sus micro gestos y su estado de ánimo. Si no se convive con ellos quizás fuera interesante pasar horas después de una sesión para observarlos y calibrar si hay diferencias de una sesión a otra.
Se merecen toda nuestra atención y amor. Sin ellos jamás hubiéramos llegado a evolucionar tan rápidamente como lo hemos hecho, y seguramente, no de la misma manera. Ahora nos acompañan en nuestro propio crecimiento en decenas de actividades y espcialidades diferentes. Siempre han estado a nuestro lado ayudándonos. Llevan milenios acompañándonos y estando a nuestro servicio: estemos al suyo ahora de igual a igual.